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martes, 1 de diciembre de 2009

EN BUSCA DE LA FELICIDAD


Siempre me han resultado curiosas las imágenes que juegan con las leyes de la percepción. Ellas muestran con claridad nuestra tendencia a organizar el mundo según unos patrones determinados que en muchos casos no se corresponden con la verdad que hay detrás. Una de las leyes de la percepción que más me atrae y que, para mí, es motivo de reflexión, es la que se llama “organización figura-fondo” y que explica la tendencia a percibir las cosas que destacan sobre un fondo, por contraste, ignorando el fondo. Es la ley que hace que estas letras de color blancas puedan ser leídas. Si el fondo de esta página tuviera el mismo color blanco, aquí no se vería nada. Es porque hay un fondo, rojo en este caso, que las letras destacan y pueden ser vistas. Lo que encuentro interesante en esta ley, es que nuestra atención automáticamente registra las letras e ignora el fondo.
¿Y qué tiene que ver todo esto con la felicidad?
Encontré un texto de Antonio Blay que acerca de alguna manera estos dos aspectos y aporta un matiz interesante a la búsqueda de la felicidad:
“Todos buscamos la felicidad, el bienestar; ¿por qué los buscamos? La respuesta inmediata sería: . Pero examinándolo más a fondo veremos que la cosa no es tan simple, ya que la verdadera respuesta añade otro matiz. Efectivamente, buscamos la felicidad porque no la tenemos, pero además, porque de algún modo sí la tenemos. Cuando yo tengo en mí el deseo de felicidad, de plenitud, de paz, de bienestar, de inteligencia, de poder, etc., cuando yo siento esa ansia de lo positivo, ¿de dónde me viene la demanda, la intuición, el deseo, sino de algo que de algún modo ya está en mi interior? Si yo no tuviera en algún grado esa felicidad, esa plenitud, yo no tendría ni noción de esa posibilidad de plenitud.
Cuando registro en mí un malestar, es porque de algún modo existe en mi interior una noción profunda de bienestar. Y este contraste entre lo que hay profundamente en mí y lo que yo vivo en mi zona consciente periférica, es lo que moviliza mi aspiración. Es este contraste el que nos hace desear un modo más pleno, más completo, de vida -en la forma que se plantea cada uno. Así, el hecho de que exista en nosotros un malestar, es testigo de que hay en nosotros en algún sitio, un bienestar. Cuando hay en mí un dolor, hay también en mí, de algún modo, una felicidad. Si todo yo fuera dolor, yo no podría aspirar a la felicidad. Aspiro a la felicidad, tiendo hacia ella, porque de algún modo la siento vivamente en mí, porque para mí tiene un “sabor” de algo conocido y deseable.
Es lo mismo en cuanto a la inteligencia. Si yo deseo desarrollar mi inteligencia, es porque de algún modo esa mayor inteligencia está en mí. Pues si yo llegase al término, al de mi propia inteligencia, en mí no habría demanda de mayor inteligencia. Estaría saturado, para mí sería suficiente.
Cuando en nosotros aparece la aspiración, la demanda espontánea, natural, hacia algo, es porque ese algo está pidiendo desarrollarse, actualizarse. Por lo tanto, cuando nos lamentamos de las cosas desagradables o del modelo negativo que vivimos, hemos de aprender a intuir, detrás de la experiencia inmediata negativa, la presencia de algo positivo, que es lo que nos impulsa a buscar la solución.“

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