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sábado, 24 de octubre de 2009

DEBES SER FUERTE, NO LLORES


Estas palabras se pronuncian con frecuencia en situaciones en las que no se debiera, por ejemplo, en los momentos de sufrimiento intenso al fallecer un ser querido. Y es cuando le pedimos a esta persona, por lo general muy allegada, que no llore, que se ponga fuerte, como si el llanto fuera un signo de mojigatería, debilidad, pusilanimidad o cobardía, y no una reacción muy normal y saludable en determinadas ocasiones y no debe ser reprimido. Al contrario, facilitarlo, permitirlo, es muy beneficioso para el que sufre. El familiar se siente triste por la pérdida y tiene necesidad de expresar su pesar mediante el llanto inconsolable, desahogarse. Estas palabras que nos ocupan, obligan al afligido a coartar y esconder sus sentimientos, como si nada hubiera sucedido, dicho de otro modo, se le invita a comportarse como una persona anormal, pues no debe llorar cuando la situación lo demanda.

Reprimir a alguien sus emociones y sentimientos puede provocar el llamado “duelo patológico”, que es un duelo prolongado o que se presenta cuando no es tiempo para ello, hasta el surgimiento de una enfermedad física, porque “la pena que no se derrama en lágrimas hace llorar a otros órganos”.

En ocasiones se llevan a una consulta spicolofica a una persona en duelo de pocos días de evolución porque llora sin consuelo, apenas come alimentos, sólo los caldos y muy poco, permanece acostada y no desea hablar con nadie, excepto cuando le hablan del fallecido. ¿Usted no cree que sería más juicioso llevarlo a la consulta si estuviera risueña, feliz, contentísima porque se le murió su ser querido? Obviamente sí.

A veces el llanto nos parece “muy lógico” y hasta un rasgo “apropiado” del carácter; sin embargo, es en realidad anormal y debe ser objeto de contención. Pensemos, por ejemplo, en alguien a quien se le llama la atención y eso le provoca llanto, asimismo llora cuando se discrepa de sus puntos de vista; o tiene que ser evaluada por sus directivos y antes de iniciarla prorrumpe en llanto delante de ellos; o ante un tribunal examinador cuando no se está seguro de las respuestas. Todos estos llantos no son normales, pues las situaciones no lo ameritan; sin embargo, a estas personas que hacen de él una manera, muy efectiva a veces, de comunicarse, no se les sugiere asistir a una consulta de psicologica.

Al igual que el niño recién nacido expresa a través del llanto sus necesidades, hay adultos que hacen lo mismo, y para ellos llorar es su manera de enfrentar la vida: lloran si tienen problemas con el esposo, si el hijo les dijo algo indebido, si despiden a un ser querido que va de viaje, ante un melodrama si van al cine. Son los clásicos llorones, a los que sí hay que decirles: “No llores, ponte fuerte”.

miércoles, 7 de octubre de 2009

EL VIAJE


Si hay algo en la vida que me gusta mucho es viajar, y gracias a Dios me permite tener un trabajo que me da ese placer. Cada vez que me encuentro en un aeropuerto o Terminal de autobuses, puedo ver el placer que siente cada viajero, y aunque se trate de un viaje de negocios o de una visita familiar. El solo hecho de estar en un aeropuerto, o en una estación de ferrocarril o en la Terminal de autobús ya le produce a la mayoría la sensación de estar a punto de pasar a otra dimensión. La dimensión del viajero a punto de comenzar una travesía.


La actitud cambia y también el comportamiento. Las personas suelen sentirse más libres, tienen la rara impresión de ser otros, diferentes, dispuestos a emprender un viaje que tiene más de imaginario que de realidad.

Como nadie se conoce, se puede fantasear otra identidad, y hasta sentir que el vecino de asiento es más un compinche que un desconocido, también jugando a ser otro.

En un viaje la gente suele hacer cosas inexplicables; como contarle al de al lado toda su vida sin vueltas, con todo detalle, como si fuera un psicoanalista, y terminar siendo más amigo de él que de ningún otro que haya conocido, con la única diferencia que cuando termina el viaje ambos se dan cuenta que ni siquiera se preguntaron el nombre o su teléfono y es así como las dos imágenes se disuelven como la de un sueño al llegar a destino.

Son dos personas que se encuentran, y sin preguntarse nada, solamente por el hecho de compartir el mismo asiento, se sienten inclinados a realizar ambos la misma catarsis. En psicología esta situación se considera terapéutica, por lo que un viaje largo se paga solo porque le ha ahorrado al viajero una consulta al psicólogo.


En los viajes nadie quiere continuar siendo el mismo ser gris que habita una gran ciudad, casi tan anónimo como los gorriones que pululan entre los árboles. Quieren destacarse un poco, conocer gente nueva, hacer cosas diferentes e ir a lugares que no acostumbran. Aunque se trate de un pueblo a sólo doscientos kilómetros del lugar donde se vive, igual se puede notar que todo es muy distinto. Ellos, los residentes, se parecen, tienen muchas cosas en común, pero a los forasteros los distinguen desde lejos.


Los de la ciudad caminan con cierto aire altivo como si fueran superiores, como si se las supieran todas y ya estén de vuelta. Es la actitud típica de los habitantes de las grandes ciudades que suelen mirar con cierto desdén a los del interior, como subestimándolos, como si fueran de otro planeta.


Todos dicen que la gente del interior es más buena, más inocente, sin malicia i ánimo de jugarle sucio a un viajero; y es verdad, eso se puede comprobar cada vez que visitamos una provincia.

Los niños en las escuelas son más educados, aceptan las consignas, respetan más a los maestros que los niños de las grandes ciudades, que son más indisciplinados, más rebeldes, menos dispuestos a aceptar las normas, acostumbrados a hacer lo que quieren.


Dicen que la gente del interior vive como hace cien años. Algunos no tienen televisión, otros sólo ven los canales de aire y no demasiada gente tiene Internet o cable. Ellos viven de otra forma, tienen más tiempo para comunicarse, para visitar a los familiares, festejar los cumpleaños o simplemente para tomar te con el vecino que es para ellos como alguien de la familia. No tienen que hacer tantas colas, viajes largos, o esperar su turno en todos lados.

Sólo los viajes permiten darse cuenta de todas estas cosas.